Jueves, 12 de Noviembre de 2009.
Hoy tocaba rafting, una de las actividades que más ansiábamos. Si ya habíamos disfrutado de los paisajes de Iguazú y del Perito Moreno ahora tocaba, después de la caminata del día anterior, de algo de emociones en nuestras vacaciones.
El grupo que nos tocó para la actividad era de lo más variopinto: una chica sola de vacaciones, un matrimonio con sus niños (de Boca, BsAs) y los monitores y un fotógrafo (que le daba la chapa a la chica sola).
Para entrar en calor nos adentramos en preciosos bosques, allá donde cambian las vertientes del Atlántico al Pacífico. Tan hermosos eran que nos encontramos con el rodaje de un documental en una singular cascada.
En las cercanías del salto de agua hicimos el picnic que nos prepararía para asaltar el bote.
En las primeras olas ya nos empapamos bien y dimos cuenta del agua helada del Río Manso. En un principio el recorrido hacía honor a su nombre y con un lento recorrido sobre aguas tranquilas íbamos avistando flora y fauna del lugar. De repente, las aguas empezaron a ser más bravas, hasta el punto de que, tras un salto de una roca, caímos todos prácticamente fuera del bote.
Fueron unos segundos de caos, que hizo a los niños llorar. El llanto de los niños amilanó al guía y nos fastidió la acción, ya que a partir de ese momento buscamos siempre las partes más accesibles del recorrido.
Una vez de vuelta la anécdota fue que el fotógrafo (se supone que profesional) había borrado todas las fotos que había estado sacando durante la jornada. Nosotros nos quedamos sin recuerdos y él sin cobrar ese día, aunque lo siguió aprovechando para meter fichas a la chica solitaria 🙂
Antes de cenar, fuimos a tomar algo a una pista de patinaje sobre hielo. Arancha y Titi me apostaron un mapamundi (en casita está colgado) a que no era capaz de dar una vuelta sin enganchar las barandillas 😉
Para cenar, repetimos trucha, esta vez con almendras y todo regado, de nuevo, con Merlot (aunque esta vez no era Malbec y no estaba tan rico).