Viernes, 14 de Agosto de 2009. Después de un buen desayuno, una ducha calentita en un baño como dios manda y de reponer fuerzas, nos dispusimos a buscar nuevo hotel para el fin de semana, ya que en el que pasamos la noche no tenían ni una habitación disponible (y la que había sido nuestra, tendría nuevos inquilinos).
Encontramos uno de nivel parejo aunque algo más caro y más lejos de la playa… pero tampoco estaba la cosa para poner pegas así que reservamos y nos dirigimos a Isla, al encuentro de Víctor con «sus suegros», plato fuerte del día 🙂
Llegamos a Isla, pequeño pueblo que pertenece a Arnuero (Cantabria) para encontrarnos de nuevo con Arancha. Nos mostró las playas de la zona y nos llevó a las cercanías de una antena de telefonía que permite el acceso a unas pistas que ascienden hasta el Cabo de Quejo (F++). El paisaje que se nos presentaba bien podría tratarse de las tierras escocesas por sus verdes colinas y el azul del mar en contraste. El Sol radiante de ese día permitió que disfrutáramos de unas vistas espectaculares… y de que me churruscara cara y cuello, además.
Después del paseo bajamos a la playa a refrescarnos, allí se encontraba Víctor con su «suegra» y con su «cuñada». La familia de Arancha nos había invitado muy amáblemente a comer, ofrecimiento que no pudimos rechazar. También conocimos, a pie de playa, al «suegro» y una vez hechas las presentaciones pertinentes nos dimos todos un refrescante baño.
La comida resultó buenísima: el chicharro (jurel) a la parrilla, los filetitos,… las botellas de sidra y txakolí bien fresquitas, ese vino tinto delicioso…
No pudimos culminarla con una siesta de verano porque nos ofrecimos a ir a por el postre y porque queríamos aprovechar después para recorrer las cercanías en bicicleta (en Noja, Isla y pueblos de alrededor hay servicio de préstamo gratuíto). Bajamos hasta la peligrosa playa de La Arena… y ascendimos la pendiente (¡¡Arancha, a tope de forma!!). No hubo valor para subir a «la antena» y después de la subida a Chilla ya entiendo por qué 🙂
Volvimos al hotel con el tiempo justo para darnos una ducha y cambiarnos de ropa y es que de nuevo nos reuníamos con la familia de Arancha para la cena, esta vez en un restaurante de Noja, a orillas de la Playa de Trengandín. Uno de los mejores rodaballos que he probado y, sin duda, el mejor postre de hojaldre (mmm, pienso volver, sin duda). No hay manera de agradecer a Arancha, Ainhoa y a sus padres la hospitalidad y trato dispensados todo el día.
Para terminar la noche, a pesar de la contaminación lumínica de la zona, estuvimos un rato deleitándonos con el cielo de verano, en el que destacaba su triángulo (Altair – Águila, Deneb – Cisne, Vega – Lira), Hércules y la Vía Láctea o Camino de Santiago.
Totalmente derrengados, nos fuimos a la cama… que al día siguiente tocaba madrugar, otra vez.
Chicharrito, rodaballo,…
Todavia me acerdo cuando el señor solo comia hamburguesas y fast food y tocaba las narices a la hora de pedir.
Como cambian los tiempos…
¡¡Estoy madurando, Silvano!! ;,,)