París

La semana pasada tuve que ir, por temas de trabajo, a París.

Era la segunda vez que iba, pero la anterior no pude ni siquiera acercarme a la ciudad (estaba alojado en un hotel de las afueras).

Esta vez, dado que el trabajo (montar la logística de un operador móvil) era para toda la semana me propuse ingeniármelas para poder ver, al menos, algunas cosillas.

Gracias a Claudio, un colega del antiguo curro en Olecenter que lleva en Francia varios años, que hizo de perfecto anfitrión, el tiempo nos cundió de lo lindo.

Dió tiempo a visitar Notredamme, el ayuntamiento, la plaza de Roses (o algo así), el Senna y sus islas (dentro de una de las cuales está la antigua prisión), la torre de no sé quién, iglesias, museos, teatros…

Además de turismo, también gastronomía. Un día fuimos a cenar a un restaurante cerca de su casa, unos bocados de bacon con queso de cabra que estaban buenísimos. Aunque era difícil de superar, el segundo día, con unos amigos suyos (uno Francés, otro de Puertollano), desgustamos una especie de barbacoa de queso, que lo funde y te lo echas sobre patatas asadas, lomo, salchichón y más charcutería, vamos, un invento cojonudo, allí lo llaman raclette creo recordar. ¡Ah, bueno! Y un par de botellas de burdeos (donde esté un riojita…) y unos chupitos de genepi, que volví al hotel medio bolinga, ya casi que hablaba francés y todo sin tener ni pajolera.

De lo que vi por allí, lo que más me gustó fue la vista desde el Sagrado Corazón y el barrio de los pintores (Mom matre o algo así). El Louvre no llegué a verlo ni por fuera, y la Torre Eiffel la vi a mucha distancia… pero bueno, simplemente pasear por allí después del curro ya merecía la pena. 

París no se ve en dos días (creo que ni en dos meses), así que habrá que volver…