Domingo, 9 de Noviembre de 2008
Recogimos los bártulos rápido, hicimos el check-out de la cutre pensión y nos despedimos de Amsterdam en un día con sol y nubes.
Apenas cambió el clima en el viaje en tren a Bruselas que Dani se pasó roncando ("las vacaciones son para dormir", sic).
Una vez allí nos dispusimos a alquilar un coche que habíamos reservado otra vez previamente por internet. Esta vez salió cara. No pudieron darnos el coche reservado (uno pequeño) porque no lo tenían en stock y tuvimos que "conformarnos" con un Mercedes Clase A la mar de majo y amplio, muy amplio, ideal para alojar todo el equipaje que llevábamos encima.
Ya motorizados nos dirijimos al Atomium que nos había quedado pendiente de visitar en nuestra primera estancia en la capital belga debido a su lejanía del centro. La pena es que fuera domingo y hubiera unas colas para entrar que daban vueltas… así que nos conformamos con verlo desde fuera.
Antes de cruzar la frontera nos quedaba Amberes por visitar. Bonita ciudad con su castillo y su resultona plaza, que presidía la estatua del gigante al que le arrancan la mano (da nombre a la ciudad, Antwerpen – mano lanzada), por ser malo con los barcos del río. También pudimos asistir en directo a una especie de desfile-chirigota de una banda de música que salía de la catedral.
Finalmente cruzamos la frontera francesa, rumbo a Lille para buscar sitio donde dormir. El dueño del cutre-hostal, que recordaremos por su precioso papel pintado de las paredes, ni papa de inglés, y ningún atisvo de que puediera hablar despacio el francés (esto, es habitual por aquí). Con mucho esfuerzo conseguimos hacernos entender y disfrutamos de una habitación digna de un capítulo del "Cuéntame".