Estaba yo el domingo realizando las, cada vez menos frecuentes, tareas hortículas en aquel reducto de tranquilidad llamado "Las Vegas" cuando una rama, sin avisar ni nada, arremetió contra mi ojo.
¡Ay, mi ojo, mi ojo recién calibrado!
Uno no ha tenido percance igual en la vida, según figura en mi maltrecha memoria, pero basta que se le ocurra operarse, pasar de cuatro ojos a dos, para que el destino amenace con otra nueva división con resultado la unidad (¡adiós a la simetría!)… ¡Qué mala suerte!
Urgencias rurales y farmacias de guardia para mitigar no el dolor de los dolores pero sí la molestia de las molestias, una herida en la cornea… ¿puede haber algo más desquiciante? Seguro, pero que no me toque, por favor.
El lunes a primera hora acudí a la clínica donde me operaron a principios de año de la miopía; me quitaron "el parche" y me pusieron una lentilla que me alivió en seguida el roce y el escozor. Otro par de ungüentos, otras pocas gotas y colirios y poco a poco pasé del rojo al banco, color que nunca debió abandonar mi pobre ojo.
Afortunadamente la úlcera en la cornea no debería afectarme a los resultados de la operación, se ha quedado todo en un susto. Podré seguir viendo en "stereo" esas películas de Kim Ki-duk… ¡Qué buena suerte!