El viernes 18 me quedé en Sevilla y aproveché para levantarme tarde, irme de compras (y mira que no es una actividad que me guste), comer tranquilamente, echarme la siesta… es decir, las cosas que sólo se pueden hacer cuando uno está de vacaciones. Por la tarde fuimos (Ángel, Mónica y yo) a dar una vueltecilla y tomar algo a un pueblo cercano y después cenita en casa con buen vino (me encanta el Cune) y a la cama que nos fuimos como reyes.
El sábado 19 salí tempranito pues tenía que despedirme de mis queridos primos (siempre me tratan de vicio, no me cansaré de decirlo), del Atlántico y de Andalucía para llegar a la Comunidad Valenciana y su Mediterraneo. Entre medias me esperaba una agradable parada en Granada donde hice la compra para unos días, comí de pinchos (en una me pusieron caracoles, ¡qué malajes!) y, mientras, vi el debut de la selección española de baloncesto ante Nueva Zelanda, partido fácil, sin mucha historia.
Al caer la tarde llegué a las proximidades de Orihuela donde tenía que encontrar el pueblo de Daya Nueva que era donde iba a pasar unos días gracias a la explendida hospitalidad de Silvano, Mar y Fernando. No fue cosa fácil y es que la gran cantidad de pueblos en la Vega Baja del Segura y la poca separación entre ellos te hace dudar cuando has entrado y salido de uno y otro. Carreteras llenas de rotondas, un laberinto para los que no conocemos la zona… finalmente, preguntando, preguntando… llegué a mi destino.
Sin deshacer la maleta me volví a meter en el coche donde había pasado casi todo el día (Sevilla – Granada – Daya Nueva) y me fui a ver a Las Churris a Torrevieja. Estuvimos un ratillo juntos, haciendo compra típica veraniega, al poco me volví a Daya a descansar del palizón del viaje y ellas a su cuco apartamento de La Mata en Torrevieja y… mañana será otro día.