Martes, 5 de Agosto de 2008, aunque para nosotros fue un esfuerzo salir de la pensión a las 12 de la mañana, el jefe regente nos reprochó el poco madrugar, no se lo tendremos en cuenta ya que se portó y nos recomendó ir a San Andrés de Teixido y cierto es que mereció la pena el desplazamiento.
Aunque significaba desviarnos más de 100 kilómetros por carreteras secundarias para luego volver sobre nuestros pasos no queríamos pasar la oportunidad de, una vez estando allí, adentrarnos en algún pueblo pesquero gallego.
Compramos algo de comer y beber en un supermercado a mitad de camino, ya que la subida a San Andrés tenía pinta de ser difícil y, acertamos. Allí encontramos un merendero perfectamente habilitado donde comimos después de disfrutar de, según nos dijeron, los acantilados más altos de toda Europa.
Vislumbrar y oir las olas romper contra las paredes que se erguían a más de 600 metros de altura será difícil de olvidar.
Por la tarde, visitamos Viveiro y, aunque el tiempo era más que fresco, inauguramos baño en la playa.
Finalmente llegamos a Ribadeo, el pueblo más turístico que habíamos visitado hasta el momento, tanto es así que vimos a un par de conocidos por allí, mientras dábamos una vuelta para buscar sitio donde pernoctar, y ambos nos recomendaron visitar a la mañana siguiente, cuando bajara la marea, la playa de las Catedrales.
Fue bastante sencillo en encontrar un hostal apañadito, además nos decantamos rápido por su buena ubicación, en plena plaza del pueblo.
Después de cenar en una feria de marisco itinerante (calamares y pinchos morunos, los únicos de todo el bar, atestado, sin un plato de pulpo en su mesa) nos dimos una vuelta por el pueblo, visitando el puerto, como no.
Acabamos en unos bares tomando un pocos ponches, de donde, y no digo más, salimos siendo aplaudidos por la chavalada a la que habíamos levantado a un par de mozas (sin acritud ninguna). El resto de detalles de la azaña quedará reservado a íntimos, boca a oreja